“BELLEZA EN LA OSCURIDAD”

Nunca supe si era una niña o un varón. Trabajaba una vez al mes en Buenaventura, una ciudad costera del Valle del Cauca, en Colombia, la cual representa uno de los principales puertos marítimos de mi país. En mi labor como visitadora médica visitaba un grupo de médicos particulares y de otras especialidades en toda la ciudad. Obviamente visitaba el hospital principal; ese hospital caluroso, húmedo y destartalado en la mayoría de sus partes, fue mi lugar de trabajo por el año2009.

El mundo es un muy pequeño, bien reza el refrán que es “un pañuelo”. Mi suegro Enrique Correa Cárdenas quien hoy en día es un hombre octogenario, en calidad de ingeniero civil fue miembro del equipo que lideró la construcción de dicho hospital hace tantos años atrás. Así que supondremos que fue un edificio muy funcional y agradable en sus comienzos.

El área de urgencias siempre lograba sorprenderme una y otra vez. Carecía de aire acondicionado, la humedad se combinaba con el calor, el olor de sangre y de otros olores producto del alto tráfico de pacientes. Muchos llegaban con muy mal pronóstico al establecimiento hospitalario, heridos por el ataque de armas de fuego o armas corto punzantes, mientras otros cuantos llegaban debido a enfermedades.

En una ocasión en urgencias, contactaba como de costumbre a los médicos de turno en las pausas destinadas para recibirme. En uno de esos desplazamientos dentro de los cubículos, creí pisar un “charquito” en el cual alcancé a “chapotear”; al bajar mi mirada observé mis tacones en medio de un charco de sangre.

No se sabía si la zona contigua a urgencias en el primer piso estaba en remodelación o estaba cayéndose a pedazos. Supuse que se trataba de una combinación de las dos situaciones. Esa mezcla de dilación con corrupción, con mañosa tramitología, escasos recursos y el desvío de los mismos. Todo lo anterior lastimosamente aspectos tan propios y recurrentes de las instituciones de salud pública en este país.

Como parte de mi trabajo también entraba al área de ginecología y obstetricia. A veces debía esperar a los médicos generales y a los ginecólogos hasta que anochecía. Justo cuando verificaba si se encontraba un médico de turno, lo encontré en el consultorio preparando a una mujer para el parto. Salí rápidamente del cuarto al pasillo; solo me separaba de “la acción” una escueta y vieja puerta de dos naves. No recuerdo si había en qué sentarme o si esperé de pie; sin embargo, sí recuerdo todo lo demás. Todo ocurrió muy rápido, cuando menos pensé me sorprendió el llanto de una criatura.

Se abrió la puerta, sacaron a la mujer semidormida en una camilla y la arrinconaron junto a la pared frente a mí. El bebé salió detrás de ella en brazos de una enfermera, lo trajeron envuelto en una cobijita sin color alguno, enrrolladito como un tabaquito y lo metieron entre las piernas de la madre.

Lo que ocurrió fue mágico. Viví en carne propia una anécdota de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Una mujer llevó a presentar a su hijo de cinco años con el Coronel Aureliano Buendía a la casa de la señora Úrsula y del señor José Arcadio Buendía, abuelos del niño. Ella explicó que el niño había nacido -como lo hizo su padre el coronel Aureliano Buendía-, con los ojos abiertos , “mirando a la gente con criterio de persona mayor”; por lo cual a ella le asustaba la forma en que se quedaba viendo las cosas fijamente sin parpadear…

Éramos solo los dos, el bebé y yo en ese pasillo. El bebé tenía los ojos muy abiertos, tan abiertos como platos y observaba todo a su alrededor mediante leves movimientos de cabeza, casi imperceptibles. ¿Pero desde cuándo los bebes nacen con los ojos tan abiertos?, me pregunté atónita, ¿desde cuándo miran el mundo con tal reparo?. El bebé miraba todo a su alrededor, incluyendo el techo descascarado, la pared sombría grisácea, el bombillo de filamento de luz tenue y amarillenta. Este pequeño me ignoraba, mientras parecía un adulto absorto en un raciocinio existencial.

Ocurrió la magia en un corredor oscuro y caluroso de un ruinoso hospital, en donde a escasos dos pisos tal vez se le iba la vida a algún paciente mal herido que no lograba salvar un afanado medico de turno. No pude quitarle la mirada de encima, era muy bello, me cautivó mientras me robaba el corazón. Yo fui la primera persona en su vida que lo observó tan minuciosamente y que juzgó su entera belleza.

Para mí fue el bebé más bello del mundo. Esa experiencia sublime fue levemente equiparada por el nacimiento de mi hija Victoria nueve años después; y esto pese a lo drogada que yo me encontraba debido a los fármacos para proceder con la cesárea.

¿Qué será de ella o de él?,¿conservará esa visión avasalladora?, ¿es feliz? Su presencia y su mirada fueron luz literal en la oscuridad de ese penoso lugar, en medio de una ciudad marcada por la zozobra deambulante, la sangre, la pobreza y el olvido rampante de una escueta gobernanza. Definitivamente hay que tener los ojos bien abiertos, “nunca se sabe en dónde y por qué medios la vida ratificará su belleza”.

Feb 1/2021

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