“HACER EJERCICIO SALVA VIDAS”

Hace dos años estuve retomando mi rutina de trotar casi a diario. Me sentía muy bien con ello, aprovechar el inmenso parque que teníamos de vecino resultaba totalmente beneficioso.

Eran las 7:30 pm; durante la primera vuelta, pasó muy cerca de mí una pareja en una moto. Eran un hombre conductor y una mujer acompañante. Pese a llevar los cascos puestos, detallé el uniforme de la mujer, y su larga cabellera negra. La velocidad y sus gestos indicaban que buscaban una dirección o algo semejante. “Ella debe trabajar en una entidad de salud o de estética”, reparé, mientras reconocí que era un cabello abundante y bonito.

Cuando iniciaba la tercera vuelta y me aproximaba al mismo lugar del pasado “encuentro”, divisé otra moto y otra pareja en la esquina. Al acercarme trotando, observé mucha agitación y definitivamente algo no andaba bien. A escasos metros vi un fuerte forcejeo, entre la primera pareja que había visto minutos antes. El hombre evidentemente más alto, dirigía con enorme furia un casco hacia la cara de la mujer pelinegra.

Mi instinto como en otras ocasiones fue intervenir y aceleré el trote. Grité con voz fuerte y con mucha determinación algo como: “¡Ey amigo, no lo haga!”, levantando la mano derecha en señal de “alto”. Vi como el casco se detuvo a escasos centímetros del rostro de la mujer, mientras ésta apretó los ojos y giró un poco la cara hacia la izquierda resignada al impacto.

La mujer ya tenía sangre en el rostro. El hombre bajó el casco, y mientras lo usaba de ademán para amenazar a la mujer, prosiguió con un rosario de improperios como “zorra” y “perra”, mientras sin gritar muy fuerte, agregaba otros más elaborados como “sos una mala mujer”, “te debería matar”. La otra pareja en escena, era una mujer de muy baja estatura, de cabello castaño claro, quien vestía un estrecho vestido de rayas negras y blancas. El otro hombre era trigueño y llevaba una especie de bermuda roja a la rodilla. Este último, mientras seguía sentado en su moto, no mostró alguna intención de controlar la situación.

Después de que el hombre furioso terminó su ráfaga de insultos, lo relevó la mujer del vestido de rayas, quien  se abalanzó sobre la pelinegra y le propinó varios golpes en la cara con gran destreza. La mujer del uniforme rosa, no parecía defenderse, pese a estar sangrando en su rostro. Luego con gran rapidez la mujer del vestido de rayas se acercó a la moto del hombre de pantalón rojo y le quito las llaves pegadas a la moto. Finalmente, con la habilidad de una entrenada escapista, esta mujer se subió en la moto del hombre del casco en la mano y se marcharon a toda velocidad.

¿Cómo te sientes?, ¿deseas que te traiga agua?, pregunté a la mujer que lucía totalmente desorientada. Me dijo “lo hubieras dejado que me pegara con el casco”, eso me hubiera servido para la denuncia ante la Fiscalía. Me resultó totalmente inaudito, las heridas en la cara parecían resultado de las agresiones de la mujer que ya había huido, parecían uñetazos. Recordé que mi abuela siempre explicaba: “las marcas de uña, jamás se borran”, sentí pena por la mujer.

Era obvio que no se había visto al espejo aún, le dije “no te preocupes, como estás, igual te van a creer”.  Agregué “dime en qué puedo ayudarte”, a lo cual me respondió: “ya hemos llamado a la estación de policía de Lido”, supuestamente ya vienen. La mujer se apoyó en mi brazo para sentarse en el andén, mientras el hombre del pantalón rojo parecía pegado con cemento a la silla de la moto.

Pregunté nuevamente si había algo en que pudiera ayudarle, la mujer guardaba silencio y se cogía la cabeza. El hombre estaba evidentemente tenso, pero no demostraba mayor atención a la mujer golpeada. Su preocupación yacía en otro lugar. Me aleje un poco al evidenciar la tensión del hombre. Lo escuché murmurar algo y seguidamente hizo una llamada muy corta dando una instrucción, “tráeme la copia de las llaves de la moto que se me perdieron”.

Los dos parecían muy desanimados. La mujer me repitió, que no tenía ganas ni de tomar agua y que solo esperarían a que llegara la policía. Le dije “espero te recuperes pronto”, le toque el hombro en señal de solidaridad y me retiré.

Al llegar a mi casa, vino la reconstrucción de los hechos y junto con mi marido empezamos a elaborar nuestras hipótesis. Siempre digo que “la realidad supera a la ficción”; armé las piezas y aposté a que se trataba de una especie de “ajuste amoroso”. Parecía una cacería de amantes orquestada por parte del hombre del casco y de la mujer del vestido de rayas. Después de mucho cavilar concluimos que definitivamente hacer ejercicio tiene grandes ventajas, aparte de edificar la buena salud, resulta muy provechoso cuando no sabes en qué momento le puedes salvar la vida a alguien más.

Sun 24.01 5:45 am.

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