“La luna atleta”

 

En “Un Lugar” que queda en la tierra, había una vez una pequeña niña de escasos ochenta y cinco centímetros de altura, que siguiendo el ejemplo de Nicolás Copérnico y Galileo Galilei, tenía su propia teoría de la rotación de los astros, particularmente hablaba con propiedad de la luna.

Y es que muchos ya habían hablado sobre la luna, “que era de los enamorados”, “que era de queso”, “que era la incitación de los lobos y los locos”, “que está muy gordita”, “que parece anoréxica, porque luego se pone muy flaquita”, “que si la miras fijamente puedes ver que sonríe”, en fin, de la luna sí que han hablado!

Pero ésta pequeña niña, blanca como el papel bond, de cabello suave como seda, flequillos que acarician sus hermosas cejas y hoyuelos juguetones en las mejillas, aseguraba enérgicamente: “la luna no está quieta en el cielo como muchos creen!”, la luna corre! Es que no la han visto correr?, juega como cualquier otro niño!.

Siempre, después de su elocuente discurso había un pequeño silencio en el recinto, que aunque era un tenue silencio de un par de segundos, terminaba siendo para la pequeña, tan denso como una eternidad sin palabra alguna. Seguido a esto, corría una cascada de risas acompañadas de expresiones graciosas, “tu hija es muy divertida”, “qué imaginación tienes chiquilla!”, “qué ocurrente!”… en fin. La pequeña se quedaba en silencio, algo desconcertada, miraba con descontento a aquellos que subestimaban su teoría. “La luna se deja encantar con la magia de los niños!”, les reiteraba enérgicamente.

Un día cualquiera, la pequeña se acercó sorpresivamente a su madre, y apoyando los coditos en las rodillas de ella, puso sus manitas soportando su pequeña cara. La miró con unos ojos muy abiertos, llenos con la determinación de un ser humano que sin importar la edad luce muy valiente y le preguntó: “mamá, quiero que me digas la verdad, tú me crees?”. Vino el silencio al que ya estaban acostumbradas, sólo que éste se hizo más corto y nada tenso. La madre se inclinó sobre ella y  la abrazo tiernamente, a lo cual agregó: “sí, hija yo te creo. Sólo quiero que me expliques bien, cómo es que estás tan segura que la luna corre?”.”Ven mami, esto es fácil de probar, ven conmigo”. Y la pequeña mano de la niña envolvió la mano de su madre, quien se tomaba este asunto muy en serio e inquieta quería verificar de qué se trataba.

Salieron de la casa, pues gozaban del lujo que pocos poseían para esos días, como era vivir en un lugar en contacto con la naturaleza. La noche estaba fresca, en su punto perfecto donde no hace frío y no hace calor, mientras una suave brisa pasa acariciando el cabello, el rostro y los vestidos de cualquier desprevenido. Allí estaban tomadas de la mano bajo un firmamento lleno de estrellas, las cuales podían admirar sin esfuerzo. Eran muy privilegiadas.

La niña le dijo a su madre: “mira!”, y salió corriendo por el prado , con la mirada en alto sin perder de vista a  la luna. Sonreía mientras le decía a  su madre:  “ya lo veras! “, mientras corría levantando su mano izquierda al cielo, como si llevase una piola y la luna fuese su cometa.

La madre observaba. Tras la frenética carrera de la pequeña, se detuvo para tomar aire e invitar a su madre a que corriera como ella ya lo había hecho. Así fue como la madre, una madre como miles, sin distintivo alguno de miles, como aquellas que se han desvelado algún día por sus hijos, o como las que se les ha estallado el corazón de dicha por los logros de sus hijos, se quitó los zapatos con una expectativa enorme frente a tal experiencia.

Y empezó su carrera, las dos sonreían, mientras la pequeña le daba algunas instrucciones vitales. “Debes correr!”, “tan rapidito como puedas!”,”mira la luna!”,” no la pierdas de vista!”, “veras que corre contigo!”,” a tu lado!”, “la ves?”. Ante tales instrucciones, la madre estaba un tanto inquieta, correr, mirar la luna y no caerse parecían muchas tareas complicadas para realizarlas a la vez!. Así que con el mismo entusiasmo con que su hijita sonreía y la animaba, ella empezó una experiencia inolvidable! .Pudo saber por sí misma que sí!, era verdad!, la luna empezaba a correr con ella!, fue imposible contener una fuerte risotada llena de emoción!. Su hijita tenía razón, la luna corría!

Por un momento la madre se divertía como miles de adultos que se divierten con cosas sencillas, como otros miles que recuerdan con agrado que fueron niños  y como otros miles que saben que tenían o aún tienen sueños, que saben que la magia de creer y soñar, es como la esencia de los niños que jamás debe morir, aunque nos hagamos adultos.

Fue así como una noche cualquiera, que no fue como cualquiera, una simple experiencia, un experimento, superó al escepticismo, le mostró a una niña que los adultos no son tan insensibles como presumen a ratos y le mostró a una mujer que el ánimo de ser como un niño, no es absurdo, renueva el alma porque refresca el espíritu.

Con el paso del tiempo, en Un Lugar, algunos adultos corren bajo la luna y juegan con ella, y sólo comparten el secreto con otros adultos sencillos de corazón que saben disfrutar de la magia y la belleza escondida en lo simple.

Fin

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